26 de febrero de 2014

Aforismos, koans y agudeza sensorial


En el primer post sobre Counselling, os hablé de un capítulo del libro “El constructivismo en la psicología educativa gracias al cual estuvimos reflexionando a cerca del hecho de aconsejar y conforme a eso, el autor, distinguía una serie de aforismos relacionados con dicho concepto.

No sabíamos muy bien lo que era un aforismo pero conforme íbamos leyéndolos fuimos comprendiendo mejor en qué consistía. Si se busca en el diccionario la definición exacta es “declaración u oración concisa que pretende expresar un principio de forma breve, concisa, precisa y coherente de apariencia cerrada”. Yo fui mucho más concisa y consideré que eran premisas, no estaba equivocada del todo pero me faltaban matices.

Acorde con los aforismos, Alejandro nos animó a buscar el significado de las koans. Según la tradición zen, son problemas que el maestro plantea al alumno para comprobar sus procesos. Suelen ser absurdas, ilógicas o banales. Para resolverlos, el alumno debe desligarse del pensamiento racional y aumentar el nivel de conciencia intuyendo lo que en verdad le está preguntando que transciende al sentido literal de las palabras. 

Un ejemplo de koan es el siguiente:

               “Un monje le pregunta a Zhàozhou: “¿Tiene un perro naturaleza de Buda o no?”. A lo que responde: “Wú””.

Aplicando la razón es absurdo y cómico que tu maestro te responda con un ladrido, pero la respuesta a esta pregunta va más allá del ladrido, es decir, el significado transciende de lo que queda reflejado en las palabras. 

Es como la típica frase de nuestras madres cuando le pides algo que tienen tus amigos y te responde: “¿y si tus amigos se tiran por un puente tú también te tiras?”. Está claro que no es de manera literal sino que va mucho más allá de un puente o un pozo. 

En la sesión de esta semana, comenzamos a experimentar cómo fomentar la propia agudeza sensorial de cada uno de nosotros, es decir, desarrollar la capacidad de aprender a atender y sensibilizarnos para notar lo que nos pretenden transmitir para lograr una sintonía estableciendo una buena relación con el paciente. 

Para ello, realizamos una serie de dinámicas que consistían en fomentar distintas habilidades comprendidas dentro de la propia agudeza sensorial. Para mí, existe una pequeña separación entre inteligencia emocional y agudeza sensorial. Incluso podrían considerarse sinónimos ya que ambos te ayudan relacionarte con los demás, pero los contextos o las situaciones en las que se apliquen serán decisivos para considerar una u otra. Personalmente, parece que agudeza sensorial es más concreta que inteligencia emocional, mucho más general. 

La primera dinámica consistía en que en parejas de 3 deberíamos realizar un juego de roles  donde A se limitaba a expresar de manera no verbal las emociones o sentimientos  que florecían tras acordarse de alguien que le cae bien y de alguien que no le cae bien para poder CALIBRAR esas variaciones y explicitarlas de modo que se observaran las diferencias entre una y otra experiencia fácilmente. Personalmente, considero que hay gestos que sí puedes generalizar en ciertos gestos que en muchas ocasiones los hacemos de manera inconsciente, pero el hecho de saber A lo que B y C van a observar condiciona la actitud de A. Esa fue la sensación que tuve al ser A. 

Aunque en nuestra triada había patrones que repetíamos considero que era por imitación, al menos en mi caso. Por ejemplo, cuando pensábamos en el que nos caía bien movíamos mucho los ojos y nos mirábamos entre nosotros posiblemente porque como B y C estaban observando a A daba la impresión que cuando A se reía y B y C al ver ese situación se reían es como si se les transmitiese lo que A estaba pensando y se  reían  los 3 a la vez. El hecho de que lo hiciera uno de nosotros y los otros también lo hiciese me hace pensar que esa situación se repite por imitación. También puede ser una forma de compartir las experiencias.

Por ejemplo, recuerdo en el cursillo de verano que le conté un chiste a una chica y cuando ella lo estaba contando yo la estaba mirando. Cuando lo contaba al resto de la gente, se estaba acordando de la manera en la que se lo había contado yo, porque lo más gracia le hacía lo era el chiste en sí, sino la forma en la que yo se lo había contado. 

La segunda dinámica consistía en contar 3 historias: la primera tenía que ser verdadera, la segunda inventada y la tercera podías elegir si era verdadera o inventada, de modo que lo tenían que adivinar los compañeros de la triada. Notar las diferencias entre las dos primeras era más o menos fácil pero la tercera era más dudosa, al menos para mí. Mi primera tercera historia fue demasiado extensa y con demasiados detalles, por lo que era “evidente” que era verdadera, pero como hicimos otra ronda, cambié de estrategia y me inventé una corta que no me había ocurrido, por lo que el veredicto fue que era verdadera. Conocer a la otra persona es crucial para saber si te está mintiendo o no, es decir, el hecho de que sea más o menos extensa la historia no quiere decir que sea verdadera o inventada. 

Por ejemplo, cuando estás diciendo la verdad y te pones a reír parece que estás mintiendo pero no siempre es así. 

La última dinámica se trataba de crear patrones en los que un miembro del grupo no supiera el patrón que estaban llevando a cabo el resto del grupo. Es una práctica beneficiosa tanto para el que no sabe el patrón porque tiene que descubrirlo como para el resto del grupo ya que ven la reacción del que desconoce el patrón ante el mismo y cómo lo descubre. 

Este verano estuve con mi primo de 4 años en la piscina. Estábamos “jugando a las carta” (él hacía filas de cartas para los dos y contaba quién tenía más) y me di cuenta que cuando llegaba al 14 no decía el número 13, por lo que en lugar de contar las 14 cartas, para él había 15. Seguimos jugando y observé que seguía sin decir el número 13. No sé exactamente cuánto tiempo pasó hasta que mi tía le dijo que no estaba diciendo el 13. Lo siguió sin contar hasta que él mismo se dio cuenta que no estaba diciendo y ya decía correctamente. 

No quería decírselo precisamente para que se diera cuenta porque por ejemplo si tenía 14 cartas y añadía una volvía a contar de nuevo desde la primera. Creo que el cansancio de contar tantas cartas hizo meya en él y le hizo pasar del 13 para hacer más corto el camino por mi insistencia para que contase de nuevo. 


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