19 de noviembre de 2014

Experiencias

Una de las cosas que más me llamó la atención en el curso de verano del 2012 sobre el Autoaprendizaje fue la manera en la que interpretamos o damos sentido a  nuestras experiencias, sobre todo la comparación entre las que denominamos positivas y las que consideramos que son negativas.

¿De qué depende que el adjetivo que califica a dicha experiencia sea bueno o malo, lo consideremos como positivo o como negativo? ¿De nuestra experiencia previa? ¿Y si lo estamos viviendo por primera vez? ¿En ese caso dependería de nuestra forma de ser, de las vinculaciones que establezcamos con otras experiencias que asignamos como similares, de que tengamos un buen día, de si estamos felices, de nuestro manera de concebir el mundo?

Curiosamente tenemos más detalles cuando contamos la experiencia negativa que cuando es positiva ya que proporcionamos más detalle por una doble causa, al menos en mi opinión. Tanto para que la persona a la que le estás contando la experiencia empatice contigo y te dé la razón o al menos tenga más información sobre lo ocurrido y comprenda mejor cómo te has sentido, como para que la persona que esté contando su experiencia se dé cuenta de los detalles que antes había pasado por alto, pero que al reflexionar sobre la experiencia negativa ha decidido rescatar ese detalle que aparentemente no era relevante. ¿Eso quiere decir, que ese detalle no era importante para comprender lo que esa persona denomina como su experiencia “negativa”?

Está claro, o al menos para mí lo es, que ciertas situaciones que vives por primera vez, pueden repercutir tanto en tu manera de interpretar las siguientes situaciones similares, considerando que son iguales a la previa y actuando de la misma manera o similar, como siendo sensible a aquello que está sucediendo puedes ser capaz de cambiar, es decir, partiendo de una experiencia negativa saber los motivos que te han llevado a actuar de esa manera para llegar a cambiar el adjetivo que acompaña a las experiencias venideras, o al menos cambiar el grado en el que seas experiencias te afectan.

No es algo fácil de llevar a cabo, ni mucho menos, no solo porque en el proceso de transitar intervienen muchos factores que dependen de la persona intrínsecamente  que están condicionadas por su experiencia previa y la manera en la que asimila o no dicha experiencia, sino que se considera que la situación se va a repetir una y otra vez, sin tener en cuenta que no se es la misma persona en ambas experiencias.

Pero, ¿por qué no pasa lo mismo con las experiencias positivas? ¿En realidad consideramos que normal es aquello que nos beneficia o aquello que esperamos? Una experiencia positiva, por el hecho de ser positiva no nos plantea ninguna cuestión, en muchas ocasiones ni reflexionamos sobre ella, que sea lo previsible ¿implica que no lo hayamos reflexionado previamente?

De las experiencias se aprenden, independientemente de que sean positivas o negativas, pero quizá el darnos cuenta de que algo nos rompe los esquemas que teníamos de una manera que se pueda considerar buena o mala hace que nuestra concepción del mundo cambie, al igual que nuestra manera de relacionarnos con él.

Se considera bueno o malo pero ¿para quién o en relación a quién? Puede que en un momento determinado consideres que es una experiencia mala o buena, pero eso no quiere decir que a lo largo del tiempo lo sigas considerando así.


15 de noviembre de 2014

"¿Qué velas?"

Esta semana ha sido un tanto peculiar: el martes nos fuimos de excursión a uno pueblos de la Alcarria, el miércoles fue el cumpleaños de una amiga de la universidad y el jueves celebramos su cumpleaños.


La excursión no fue tan bonita como hubiéramos previsto ninguno, sobre todo por el mal tiempo que hizo porque el objetivo principal era observar como cambiaba el paisaje de un sitio u otro de nuestra ruta. Por suerte, la primera parada fue ver la Campiña desde la Alcarria para notar las diferencias entre los dos paisajes y como llevo casi 10 años viviendo en la Campiña ya sabía las diferencias entre ambos lugares. 



El problema vino en la segunda parada, por el chaparrón que nos cayó pero lo bueno que tuvimos es que sabíamos dónde estaba el autobús. Pero lo que más me gustó sin duda fue la tercera parada, y última, no solo por ese detalle.

Me llamó la atención porque fuimos a ver una nave de un agricultor que, 6 años atrás, había tomado la decisión de dejar de cultivar cereales para cultivar plantas aromáticas. Además hizo un comentario no muy acertado, a mi parecer, diciendo que no tenía estudios, cosa que no era cierta ya que si sabía lo que sabía sobre su trabajo era porque había estado aprendiendo durante mucho tiempo, y estoy segura de que no es un proceso que haya terminado, ni para él ni para nadie. El hecho de que no tenga un título no implica que no tenga estudios, claro que los tiene aunque no esté reconocido en una hoja de papel.

Lo que me gustó fue que “se tirara a la piscina” sin saber si iba a funcionar o no, quiero decir, cuando él tomó la decisión de montar la destilería no se imaginaba llegar tan lejos como ha llegado, o quizá sí y por eso lo hizo. Cada uno establece sus propios límites y el no intentarlo es uno de ellos, independientemente de que salga bien o salga mal.

El miércoles fue mucho más gracioso y desquiciante al mismo tiempo. Fuimos pronto a la universidad para esconder el regalo, que era voluminoso por otra parte, o al menos que la chica no lo viera de primeras. Como no teníamos velas, llamé a un amigo de clase para que las trajera pero no pudo comprarlas. El caso es que ya estaba la chica que tenía que ser sorprendida y llegó el chico al que había llamado para que comprase las velas. No fue ni una ni dos veces las que NOS preguntó a TODOS, la chica del cumpleaños incluida, que para qué queríamos las velas y SIEMPRE tenía la misma respuesta “¿Qué velas?” como diciendo cállate que está delante la del cumpleaños. Pero no se dio cuenta el chico y no teníamos forma de decirle que se callara de una vez. Hasta que otro amigo de la universidad le dijo “Para tu cumpleaños unos faros, ¿no?”, y el chico se dio cuenta, POR FIN. Por suerte, todo salió bien y le gustó la sorpresa a la chica.

Todo esto viene a que ayer seguí leyendo el libro de Harry Daniels, “Vygotsky y la pedagogía” y en uno de los apartados del capítulo 2 con el nombre “La zona del desarrollo próximo”, me acordé de lo que había pasado esta semana. Sobre todo la influencia que tiene el contexto social en los dos casos, o al menos como influyó el contexto social en ambos casos.

Me surgió la duda conforme lo leía de en qué asignatura había dado por primera vez este asunto de la ZDP, en PDD o en PDE. Ahora entiendo el motivo, el principal es que los apuntes de ambas asignaturas tienen el mismo color de hoja y el secundario, pero quizá el más importante, es que no sé si en  el momento de darlo en clase, al transcribirlo al blog o ayer mientras leía el apartado, lo vinculé con los procesos de asimilación y acomodación de PDD. Pero es un contenido de PDE viendo a Vygotsky como el máximo representante del constructivismo.

Para él, la zona de desarrollo próximo es:

                “La distancia entre el nivel actual de desarrollo determinado por la resolución independiente de problemas y el nivel de desarrollo potencial determinado por la resolución de problemas bajo la guía de un adulto o en colaboración con compañeros más capaces.”
(Vygotsky, 1978, pág. 86)

Creía que había quitado inconscientemente la palabra niño, pero no es así, aunque en este caso se centra en el proceso de aprendizaje-desarrollo del niño. Así lo creía porque para mí los procesos de enseñanza-aprendizaje no ocurren sólo en los primeros 20 años de vida, aunque estoy de acuerdo en que es el periodo donde se precisa obtener habilidades para aprender y desarrollarse, no solo en ese periodo, sino a lo largo de la vida. Pero no existe un momento en el que dices “sé todo lo que tengo que saber”, al menos yo no creo que sea así. La vida es mucho más compleja que eso, durante toda la vida aprendes de diferente forma, enseñas de manera diferente, te relacionas de manera diferente, te desarrollas de maneras diferentes, es decir, estamos continuamente cambiando y no todos lo hacemos de la misma forma, ni durante el mismo tiempo. El hecho de tener cierta edad y no ser igual que el resto no quiere decir que sepas menos que ellos.


Está claro que todos aprendemos a lo largo de la vida, independientemente de que se tenga un título oficial o no para demostrarlo.


REFERENCIAS:

- Daniels, H., Vygotsky y la pedagogía, Barcelona, Paidós, 2003.

- Vygotsky, L. S., Mind in Society: the Development of Higher Psychological Processes, edición a cargo de M. Cole, V. John-Steiner, S. Scribner y E. Souberman, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1978 (trad. cast.: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, Barcelona, Crítica, 1996)

5 de noviembre de 2014

¿Qué sentido le damos a lo que leemos?



Ayer, después de clase, me pasé por la biblioteca porque tenía que devolver dos libros que había cogido hacía tiempo y que no podía renovar más. Justo enfrente de donde se prestan o devuelven los libros de la biblioteca, hay una sección de “libros gratis”, que son libros que la biblioteca ofrece para aquellos que deseen.

No es la primera vez que me cojo libros de esa sección, ni será la última, aunque lo que sí me gustaría es dedicar tiempo a leerlos. Posiblemente no esté preparada conceptualmente par comprender los libros que cogí, pero que no esté preparada ahora no quiere decir que paulatinamente vaya comprendiendo o interesándome más por esos libros.

La temática es educativa, didáctica y pedagógica, libros que hace unos años me hubiesen dado igual, incluso en primero de carrera o segundo, pero que en este momento, considero esencial para mi formación, también creo que un poco influida por las lecturas que estoy realizando para profundizar en el tema que trataremos en el proyecto de investigación, al menos considero que tiene mucha relevancia para el proyecto.

El caso es que una amiga quería buscar un  libro del cual no recuerdo el título pero que tenia buena pinta, y mientras ella buscaba el libro, me puse a ojear por mi cuenta. Uno de los libros que me cogí se llama “Vygotsky y la pedagogía” de Harry Daniels. No me he leído todo lo que quisiera, pero llegué al capítulo, o mejor dicho a una parte del capítulo, 2 donde el autor explica la teoría de Vygotsky y cómo concibe la educación. La parte del capítulo se llama “La paradoja del aprendizaje”.

En él, se explica que los conceptos que utiliza Vygotsky parecen tener cierta relación entre sí formando una red conceptual. De esta forma, esta red de contenidos puede estar vinculada con la “paradoja del desarrollo” (Fodor, 1983) o la “paradoja del aprendizaje” (Bereiter”,1985) donde se aplica esta red de conocimientos al ámbito de la lectura, aunque puede ser aplicable a muchos más ámbitos.

Mientras que el primero defiende que solo se puede aprender si lo conoce previamente, el segundo considera que se espera un pensamiento novedoso por parte de los alumnos, lo que genera un problema.

Para resolverlo, el autor se basa en lo que Vygotsky denominaba “ley genética general del desarrollo cultural” (1978):

                En el desarrollo cultural del niño, cada función aparece dos veces: primero en el nivel social y después en el nivel individual: primero entre personas (nivel interpsicológico) y después dentro del niño (nivel intrapsicológico). Esto se aplica igualmente a la atención voluntaria, a la memoria lógica y a la formación de conceptos. Todas las funciones superiores se originan como relaciones reales entre individuos.”
Vygotsky, 1978, pág. 57

Lo que me interesa es el rol que cumple el profesor dentro del proceso de aprender a leer desde esta perspectiva. Lo que se hace tradicionalmente es que el adulto está siempre presente o cumple un rol fundamental en los sistemas de mediación en los que los niños aprenden a leer de los expertos, pero los adultos poseen una visión del mundo influenciada por el texto, es decir, no interpreta el texto de la misma manera que lo hacen los niños, eso no implica que sea superior o inferior en cuanto a comprensión. Por lo tanto, un sistema en el que los adultos no interfieran el proceso en el cual los niños interpretan el mundo mediante los textos, sin ser mediatizado por los adultos, sería la solución al problema. 

El hecho de que el profesor no interfiera directamente en la mediación no quiere decir que no cumpla una función determinante, ya que es el encargado de fomentar un medio en el cual el niño sea capaz de participar activamente en la lectura aunque no sea capa aun de llevarlo a cabo.

Para mí, es la clave del proceso de enseñanza, es decir, que se lea mucho no quiere decir que se aprenda de aquello que se lee o que se tenga la capacidad de comprender y transcender de aquello que se lee. Pero el no leer no implica que no se entienda. Uno de los aspectos que más me llamó la atención cuando llegue a la universidad precisamente fue no utilizar libros de textos y el hecho de no seguir un libro me desconcertaba, sobre todo en algunas asignaturas como PDD. Pero sí que es cierto que tampoco tenía sentido leer algo de lo que sabíamos nada, es decir,  ¿de qué nos valía leer, si luego no comprendíamos lo que quería decir? Y si no lo comprendíamos, mucho menos podíamos transcender.