21 de diciembre de 2015

Empezar




El miércoles de la semana pasada fue un gran día, al menos fue un día muy importante. Estaba nerviosa porque siempre que empiezo a dar clases es una sensación de motivación y miedo muy extraña pero a la vez muy agradable. 

Lo que mas me gusta de la docencia es que no puedes dar nada por sentado ni puedes ir con unas ideas fijas de lo que vas a hacer. No me refiero a que no me prepare las clases sino que es muy complicado saber los problemas que vas a tener en la clase sin estar en ella. 

Por mi experiencia, la mayoría de los problemas no son conceptuales sino organizativos. Por ejemplo, el miércoles di clases a un niño de 5º que tenía problemas para resolver los problemas de fracciones de matemáticas. 

Dar clases particulares tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Por una parte, puedo hacer ejercicios que son más fáciles para ellos o explicarlos de manera diferente a como lo hacen sus profesores "reales", lo que me permite una "libertad falsa" en cuanto a mi manera de enseñar. Por otra parte, mi metodología está supeditada a la de los profesores porque considero que conmigo están un rato y los profesores "reales"son quienes les evalúan en realidad.

Sí que es cierto que soy libre de enseñar como me gustaría que me enseñaran a mí, pero es cierto que me quita tiempo "libre", o puede considerarse así. Para mí no lo es por el simple hecho de que al organizarme la manera en la que voy a enseñar aprendo cómo debo hacerlo y cómo no debo hacerlo, o al menos intento que así sea. 

Enseñar es una de las experiencias más bonitas y más complicadas al mismo tiempo. Me fascina vivenciar el aprendizaje y notar los pequeños procesos que tienen lugar en él, pero es súmamente complicado notar los detalles. 

De los 16 ejercicios del examen que suspendió el niño, uno 8 eran ejercicios y el resto problemas. Los ejercicios los tenía bien, pero los problemas no. Yo no sabía si era porque no entendía los enunciados o porque no sabía lo que tenía que hacer en el problema. 

El niño había aprendido, por repetición intuyo, que la secuencia para resolver el problema era la misma pero no entendía por qué. De manera que independientemente de lo que dijera el enunciado, restaba las fracciones y lo multiplicaba por el otro número. Al menos en el examen era lo que hacía. 

Cuando estaba en Primaria, me enseñaron a realizar los problemas de una manera sencilla, que por otra parte no me han enseñado en la carrera, pero bueno. El caso es que le enseñé como me habían enseñado a mí. Además, hacíamos los problemas a la vez, al principio más guiado por mí: qué datos tenemos, qué operaciones hay que hacer y qué solución nos da el problema; y después de manera mucho más autónoma, algo que siempre hago. 

Cuando termino las clases, siempre les digo que lo hagan solos y si tienen problemas que lo pregunten el próximo día pero que no miren las soluciones bajo ningún concepto. Algunos me hacen casos y otros no. Creo que es esencial ese paso porque uno de los feedbacks que he recibido es que conmigo les sale pero cuando no estoy no. Pero precisamente es porque solo lo hacen cuando estoy yo y ni siquiera lo hacen solos. Los niños son más obedientes en este aspecto y es algo que se nota en las sesiones siguientes. 

Mi prioridad a la hora de dar clases es triple: formarme y ser capaz de notar los matices en cuanto al proceso de aprendizaje (para lo que necesito una formación de contenidos y  una formación pedagógica), transmitir y adaptarme a los que enseño (y que a su vez ellos se adapten a mi manera de enseñar y cambiarla en función de las demandas suyas) y dotarles de autonomía (ellos mismos sean conscientes de lo que saben y de lo que no saben).

 

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