8 de septiembre de 2015

Momentos



Llevo unos minutos pensando cómo empezar este post. Llevo un tiempo queriendo escribirlo, pero por mi experiencia en el curso de verano del 2013, sobre el autoaprendizaje a lo largo de la vida, prefiero dejarme un tiempo para asimilar lo que ha ocurrido en tan poco tiempo y poder organizar  y estructurar lo que ocurrió. 

Tanto el curso de verano del 2013 como el de este año, tal y como están enfocados, requieren una participación activa tanto física como mentalmente, ya sea cambiando físicamente del lugar en el que te encuentras, para ser más consciente del lugar que ocupas y conectar con uno mismo, o mentalmente, evadiéndote o no, focalizando o no, desvinculándote o no de las experiencias. 

Al principio, me pareció una tontería tomar conciencia del lugar que ocupabas, del sitio que elegías para sentarte o si quiera priorizar o darme cuenta de cómo estaba respirando, al menos en un contexto diferente a cuando estoy en el gimnasio, por ejemplo. Además, no consideraba tan relevante un lugar determinado desde el que realizar una actividad. 

Siguiendo mi experiencia en el gimnasio, en el que estaba hace unos meses, no sabía el motivo pero siempre elegía la misma bicicleta, de hecho si no estaba esa libre, estiraba o calentaba hasta que pudiera coger esa. No sé qué le diferenciaba del resto o qué me hacía no montarme en otra que aparentemente era igual. Puede que no fuera la misma bicicleta siempre y que únicamente la eligiera por el sitio en la que estaba ubicada, es decir, no me importaba la bicicleta, sino el lugar en el que estaba la bicicleta. 

Una de las actividades que más me gustó realizar a lo largo de la semana que duró el curso de verano, fue la que realicé con una persona que no conocía y que llegué a conocer sin apenas hablar. Era un ejercicio guiado por el profesor en el que comenzabas a focalizar o prestar atención a determinados aspectos de la cara de otra persona que no conocías, al menos resultaba más interesante realizarlo con una persona que no conocieras previamente. 

Como el ejercicio estaba basado sobre todo en el lenguaje visual, la mirada se convirtió en la manera que teníamos para comunicarnos y comenzar una conversación silenciosa. Al principio, me resultaba muy complicado mantener la vista en sus ojos cuando me miraba porque era la manera en la que conectábamos y el hecho de retirar la mirada parecía que era no permitir que la otra persona sepa cómo eres o cómo estás, es decir, cancelar la conexión y no querer que la otra persona sepa cómo eres o cómo te encuentras. Principalmente la que retiraba la mirada era yo.

Como buena miope desde hace muchos años, la búsqueda de la mirada de otra persona es esencial para mi,al menos cuando estoy hablando con esa persona. Es algo que inconscientemente busco como una manera de saber y hacer saber a la otra persona que le estoy escuchando, aunque no siempre sea así.

Pero en ese ejercicio fue muy diferente, ya que la comunicación verbal brillaba por su ausencia, al menos en la mayor parte del ejercicio, Por lo que tuve que recordar parte de las experiencias que había tenido en la asignatura de Habilidades de Counselling, pero desde un punto de vista diferente, ya que no solo era yo la que observaba a la chica, sino que ella también me observaba a mí. Hubiese sido muy diferente si el ejercicio no hubiese sido simultáneo, es decir, si primero hubiese sido una la que hubiese observado a la otra y luego hubiese cambiado.  Ese fue un ejercicio que hicimos los primeros días. 

La mayor diferencia entre ambos cursos de verano no está en el contenido, de hecho creo que están más vinculados de lo que puede parecer a simple vista, o al menos cada vez los veo más parecidos, sino en cuando a la intensidad y vivencia del curso, es decir, a cómo me sentía yo tanto fuera como dentro de cada uno de los cursos de verano. Un cambio muy significativo porque aunque el primero fue mucho más intenso, con horario de mañana y tarde, el segundo lo viví con más intensidad emocional y sintiendo más, vinculándome más con las experiencias que elegía, en comparación a la que elegí en el curso de verano del 2013.

Esto quedó reflejado en lo que me pasó el jueves. Empezó muy bien, o al menos eso pensé, porque realizamos una dinámica guiada en la que conectamos con nosotros mismos, cómo eramos de pequeños, cómo habíamos sido, cómo eramos en varios contextos (con la familia, con los amigos, con los desconocidos, con nosotros mismos, lo que nos gustaba de nosotros, lo que no nos gustaba, lo que queríamos cambiar, lo que no, et...) y cómo queríamos ser. Sorprendentemente para mí, me quedé tan relajada que se me durmieron los dos brazos de tal modo que no los sentía y no los podía mover. Me sentía muy bien porque hacía mucho tiempo que no me sentía así, de hecho que recuerde es la vez que más relajada he estado. 

Lo "peor" vino en la actividad siguiente, en la que teníamos que representar en una careta en blanco cómo somos. Parecía sencillo, pero para mí no lo fue, de hecho no hice ni esta actividad ni la siguiente. No era capaz si quiera de tocar la careta y no era por mi miedo a ella, sino porque no sentía que fuese mía, no podía diferenciarme de ella. La imagen de arriba es lo que hice con las indicaciones de lo que debíamos hacer en la actividad que no realicé.

En 2006, estando en 2º de la ESO sufrí bullying. En  mi casa no se habla de lo que pasó, simplemente pasó y ya está, pero lo cierto es que hasta hace unos meses no me había dado cuenta de cómo me había afectado en mi personalidad, en mi forma de ser, en la manera en la que me concibo, en la manera en la que me relaciono y en la que no me relaciono con los demás. 

Recuerdo que de pequeña era muy extrovertida y no me asustaba nada ni nadie, estaba dispuesta a explorar y a descubrir lo que estuviera a mi alrededor, hablaba con todo el mundo, hablaba a todas horas. 

Pero después de eso todo cambió, mis padres y mis hermanos me protegieron más queriendo evitar que me volvieran a hacer daño y estaban más pendientes de mí. Yo no salía de casa sin mis padres, no quería salir y no por miedo a que me hicieran daño a mí, estuve un curso académico siendo acosada, sino que por el hecho de que me hicieran daño a mí y, como consecuencia, mi madre sufriera (lo que me hizo contar todo lo que me había estado pasando durante los últimos meses).

Volviendo al curso de verano de este año, la sesión del jueves, y después de realizar la dinámica guiada que tan relajada me dejó, no puede no acordarme de lo que pasó y a volver a vivenciar todo lo que había pasado esa tarde de primeros de junio y en lo que me había convertido después de ese día. 

Así que cuando el resto estaba pintando su careta, yo luchaba por no romper a llorar por lo mismo que no le había dicho a mi madre que estaba sufriendo bullying, pero en este caso estaba mi prima que no sabe nada de lo que pasó. No me pude reprimir y comencé a llorar, pero intentando que no fuera a más. Miraba a la careta que tenía en frente y me ponía peor hasta que un comentario de mi prima me hizo salir de la clase y encerrarme en el baño. No quise salir, solo quería tranquilizarme y sabía que la única opción era llorando. 

No sé cuánto tiempo estuve, pero siempre que se acercaba alguien para preguntarme sobre cómo estaba o que volviese porque iba a comenzar una nueva dinámica, volvía a romper a llorar. Al cabo del tiempo me tranquilicé y pude desvincularme de la experiencia y comenzar a objetivarla poco a poco. 

Continué en la clase después del descanso por mi prima, aunque después me enteré que también le costó realizar las actividades de aquel día. Cada vez que me acordaba volvía a llorar, pero al menos era capaz de tranquilizarme sola y desvincularme tanto de la experiencia previa como de la que acaba de ocurrir. 

Pese a la reciente experiencia del jueves, el viernes me ayudó a ver con mayor perspectiva lo que había pasado no sólo el jueves, sino el resto de la semana y pude ver el curso de verano como un conjunto de actividades que tenían un objetivo común y no como actividades aisladas, relacionar las sesiones y las actividades.

Con lo que me quedé del curso de verano es que aunque considere algo como bueno o malo, no quiere decir que lo sea, etiquetarlo como bueno o malo es un juicio subjetivo. Para mí lo peor del jueves no fue conectar con mi experiencia, sino que eso me sirvió para objetivarlo y verlo desde una perspectiva diferente y poder comenzar a actuar y cambiar aquello que no consideraba y considero que sea mío, a tomar conciencia de cómo he sido durante varios años, algo aprendido y adquirido como propio, y cómo quiero ser sabiendo que lo que he sido durante los últimos años no es verdaderamente cómo soy, sino que yo soy quien decide cómo soy o cómo dejo de ser. 

Esto tiene mucho que ver con el ciclo de satisfacción de necesidades y de defensa (Katzeff, Perls y Zinker). 














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