10 de mayo de 2015

Hablar sin mover la boca



Cinco semanas han pasado desde que empecé en el cole, al menos eso dice el calendario. Llevo el suficiente tiempo como para haber cogido confianza con la tutora del colegio y con los niños, pero no el tiempo que desearía quedarme. Aún así, la semana que comienza mañana es la última que estoy en el colegio.

Por una parte quiero terminar porque durante estas semanas han pasado cosas que no me han dado tiempo a asimilar y porque dentro de dos semanas tengo los exámenes de la universidad, lo que me hace no poder disfrutar de las prácticas. 

Pero no quiero terminar porque llevo muy mal las despedidas y porque tengo la sensación de que estoy empezando a disfrutar de las prácticas tarde. 

Precisamente para que no me cueste tanto dejar de verles, tomé la decisión de diferenciarme del rol de la profesora. Por ejemplo, cuando llego antes que la profesora y están los responsable del silencio apuntando en la pizarra quién habla, dejo que lo sigan haciéndolo aunque esté yo. Se supone que cuando hay un profesor no tienen que mandar callar ellos, sino el profesor, pero yo prefiero que se tranquilicen entre ellos porque  considero que yo estoy de paso y que tienen que hacerlo esté o no esté yo. 

Hace un par de semanas, mientras estaba en el recreo hablando con las compañeras de universidad, un niño de mi clase se acercó a mí con la intención de decirme algo, pero al ver a las chicas se asustó y se quedó sentado mirándome. Le pregunté qué había pasado pero no me contestó y miró a las chicas, por lo que me acerqué yo. Después de explicarme lo que había pasado le ayude a resolver lo que había pasado. 

El miércoles nos fuimos de excursión a ver una obra de teatro en Guadalajara y como estaba lejos del colegio fuimos en autobús. Personalmente considero que la obra era compleja para que los niños la entendieran, como terminó pasando, y no les gustó. Cuando salimos del teatro me fui con unos pocos al baño y cuando estábamos fuera me preguntaron si me gustado a lo que respondí que no. 

Me quedé con ellos hablando sobre la obra y otros temas que salieron hasta que vino el autobús para llevarnos al colegio. En ese tiempo de espera, una niña me dijo si me sentaba detrás del autobús con ella y le dije que sí, pero debe ser que no me creía y me perseguía con la mirada todo el rato. 

Como íbamos dos profesores y yo, le dije a mi tutora del colegio que si me podía poner atrás y me dijo que no había problema en eso. Tardamos 10 minutos de puerta a puerta, no sé la de veces que pudimos cantar "¿Quién se ha cagao en el bote de colacao?". La primera vez que lo escuché me hizo gracia porque cuando yo era pequeña la canción no era así, pero es graciosa la rima. 

Tanto en la clase como en el recreo o en una excursión, lo importante no es lo que se dice sino aquello que se quiere decir o se dice sin mover la boca. Aquello que está implícito pero que no se menciona. Es complicado inferir lo que quiere decir una mirada o un silencio, pero hay veces que se dice más con un silencio o con una mirada que diciéndolo. 


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