En el primer post sobre
Counselling, os hablé de un capítulo del libro “El constructivismo en la psicología educativa” gracias al cual estuvimos reflexionando a cerca del hecho
de aconsejar y conforme a eso, el autor, distinguía una serie de aforismos relacionados
con dicho concepto.
No sabíamos muy bien
lo que era un aforismo pero conforme íbamos leyéndolos fuimos comprendiendo mejor en qué
consistía. Si se busca en el diccionario la definición
exacta es “declaración u oración
concisa que pretende expresar un principio de forma breve, concisa, precisa y
coherente de apariencia cerrada”.
Yo fui mucho más concisa y consideré que eran premisas, no estaba equivocada
del todo pero me faltaban matices.
Acorde con los aforismos,
Alejandro nos animó a buscar el significado de las koans.
Según la tradición zen, son problemas que el maestro
plantea al alumno para comprobar sus procesos. Suelen ser absurdas, ilógicas
o banales. Para resolverlos, el alumno debe desligarse del pensamiento racional
y aumentar el nivel de conciencia intuyendo lo que en verdad le está
preguntando que transciende al sentido literal de las palabras.
Un ejemplo de koan es el
siguiente:
“Un
monje le pregunta a Zhàozhou: “¿Tiene un perro naturaleza de Buda o no?”.
A lo que responde: “Wú””.
Aplicando la razón
es absurdo y cómico que tu maestro te responda con un ladrido, pero la
respuesta a esta pregunta va más allá del ladrido, es decir, el significado
transciende de lo que queda reflejado en las palabras.
Es como la típica
frase de nuestras madres cuando le pides algo que tienen tus amigos y te
responde: “¿y si tus amigos se tiran por un puente tú
también te tiras?”. Está claro que no es de manera literal sino
que va mucho más allá de un puente o un pozo.
En la sesión de esta
semana, comenzamos a experimentar cómo fomentar la propia agudeza sensorial
de cada uno de nosotros, es decir, desarrollar la capacidad de aprender a
atender y sensibilizarnos para notar lo que nos pretenden transmitir para
lograr una sintonía estableciendo una buena relación con el paciente.
Para ello, realizamos una serie
de dinámicas que consistían en fomentar distintas habilidades
comprendidas dentro de la propia agudeza sensorial. Para mí,
existe una pequeña separación entre inteligencia emocional y agudeza
sensorial. Incluso podrían considerarse sinónimos
ya que ambos te ayudan relacionarte con los demás, pero los contextos o las situaciones
en las que se apliquen serán decisivos para considerar una u otra. Personalmente,
parece que agudeza sensorial es más concreta que inteligencia emocional,
mucho más general.
La primera dinámica
consistía en que en parejas de 3 deberíamos realizar un juego de roles donde A se limitaba a expresar de manera no
verbal las emociones o sentimientos que
florecían tras acordarse de alguien que le cae bien y de alguien que
no le cae bien para poder CALIBRAR esas variaciones y explicitarlas de modo que
se observaran las diferencias entre una y otra experiencia fácilmente.
Personalmente, considero que hay gestos que sí puedes generalizar en ciertos gestos
que en muchas ocasiones los hacemos de manera inconsciente, pero el hecho de
saber A lo que B y C van a observar condiciona la actitud de A. Esa fue la
sensación que tuve al ser A.
Aunque en nuestra triada había
patrones que repetíamos considero que era por imitación,
al menos en mi caso. Por ejemplo, cuando pensábamos en el que nos caía
bien movíamos mucho los ojos y nos mirábamos entre nosotros posiblemente porque
como B y C estaban observando a A daba la impresión que cuando A se reía
y B y C al ver ese situación se reían es como si se les transmitiese lo que
A estaba pensando y se reían los 3 a la vez. El hecho de que lo hiciera
uno de nosotros y los otros también lo hiciese me hace pensar que esa
situación se repite por imitación. También puede ser una forma de compartir las
experiencias.
Por ejemplo, recuerdo en el
cursillo de verano que le conté un chiste a una chica y cuando ella lo
estaba contando yo la estaba mirando. Cuando lo contaba al resto de la gente,
se estaba acordando de la manera en la que se lo había contado yo,
porque lo más gracia le hacía lo era el chiste en sí,
sino la forma en la que yo se lo había contado.
La segunda dinámica
consistía en contar 3 historias: la primera tenía que ser
verdadera, la segunda inventada y la tercera podías elegir si era verdadera o inventada,
de modo que lo tenían que adivinar los compañeros
de la triada. Notar las diferencias entre las dos primeras era más
o menos fácil pero la tercera era más dudosa, al menos para mí.
Mi primera tercera historia fue demasiado extensa y con demasiados detalles,
por lo que era “evidente” que era verdadera, pero como hicimos
otra ronda, cambié de estrategia y me inventé una corta que no me había
ocurrido, por lo que el veredicto fue que era verdadera. Conocer a la otra
persona es crucial para saber si te está mintiendo o no, es decir, el hecho de
que sea más o menos extensa la historia no quiere decir que sea
verdadera o inventada.
Por ejemplo, cuando estás
diciendo la verdad y te pones a reír parece que estás mintiendo
pero no siempre es así.
La última dinámica se trataba de crear patrones en los
que un miembro del grupo no supiera el patrón que estaban llevando a cabo el resto
del grupo. Es una práctica beneficiosa tanto para el que no
sabe el patrón porque tiene que descubrirlo como para el resto del grupo ya
que ven la reacción del que desconoce el patrón ante el mismo y cómo
lo descubre.
Este verano estuve con mi primo
de 4 años en la piscina. Estábamos “jugando a las carta”
(él
hacía filas de cartas para los dos y contaba quién
tenía más) y me di cuenta que cuando llegaba al
14 no decía el número 13, por lo que en lugar de contar
las 14 cartas, para él había 15. Seguimos jugando y observé
que seguía sin decir el número 13. No sé exactamente
cuánto tiempo pasó hasta que mi tía le dijo que
no estaba diciendo el 13. Lo siguió sin contar hasta que él
mismo se dio cuenta que no estaba diciendo y ya decía
correctamente.
No quería decírselo
precisamente para que se diera cuenta porque por ejemplo si tenía
14 cartas y añadía una volvía a contar de nuevo desde la primera.
Creo que el cansancio de contar tantas cartas hizo meya en él
y le hizo pasar del 13 para hacer más corto el camino por mi insistencia
para que contase de nuevo.